Día de muertos en la Chinantla

Los golpes rítmicos de un tambor llaman la atención. Un grupo de alrededor de ocho niños disfrazados con máscaras, algunos cubiertos simplemente con una playera, bailan al son que les tocan y cantan en mazateco. Uno de ellos se tira al suelo, los demás lo rodean y empiezan a sacudirlo. Se levanta y todos empiezan a zapatear al ritmo del tambor, es momento de “pagar”. Así piden calaverita los niños de San Pedro Ixcatlán, zona mazateca de la cuenca del Papaloapan.

Los altares ya están listos el 31 para recibir a los “angelitos”. El altar de la región consta de cuatro columnas forradas con hojas de naranjo u otros árboles, cuelgan totopos, racimos de plátano e incluso, en algunas casas, pollos enteros. La mesa de la ofrenda tiene una cama de hoja de plátano, a los difuntos se les ofrece mole, tamales de picadillo y yuca. Una pared formada por un petate sirve de respaldo para colocar alguna imagen religiosa o del difunto. Pan de la región “muertitos” les llaman, flores y velas de cera natural en medio de un tronco cortado de plátano complementan la ofrenda.

Por la tarde salen comparsas más grandes. Los jóvenes de la población practican el mismo rito que los niños, sólo que acompañados de un violinista y un tamborilero. Recorren las calles de la población ofreciendo su baile y los vecinos les rodean tratando de identificarles. El canto, el tambor y el zapateado se escuchan a la distancia.

La noche llega pasando apenas las seis de la tarde. Lo único que se escucha son las campanas de la iglesia que no dejan de tocar en ningún momento, en dos ritmos, hasta llegadas las 21 horas.
Día primero. Alrededor de las cinco de la mañana, el sonido de una banda comienza a despertar a la población mientras recorre las calles con una marcha fúnebre. Va recorriendo las casas de los deudos, donde les ofrecen bebida y alimentos. La lluvia no los detiene.

San Pedro Ixcatlán hace su vida a las orillas de la presa Miguel Alemán, misma que hace más de 70 años inundó con sus aguas la región, cubriendo cuatro municipios y cambiando para siempre el rostro y la vida de sus habitantes. Su historia es punto y aparte.

En medio de un conjunto de centenares de pequeños islotes, destaca San Miguel Soyaltepec, la otrora cabecera municipal y ahora la isla más grande en el cuerpo acuático donde viven hoy alrededor de 2000 habitantes.

Desde el medio día empiezan a llegar en lancha conjuntos de comparsas que se disponen a bailar en la isla para mantener el recuerdo de los difuntos. Por la noche, los lugareños y visitantes de poblaciones cercanas, llegarán para hacer un pequeño memorial. Ponen veladoras en una jícara que depositarán en el agua para demostrar que no olvidan a sus muertos que yacen bajo tierra… y bajo el agua.

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